Reseña: Tocar el agua de Catalina Tamar
- revistaelcoloso
- 12 ago
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Tocar el agua (Queltehue Ediciones, 2025) de Catalina Tamar es un poemario cargado de símbolos que dialogan, de alguna manera, con la poética de Gabriela Mistral y Vicente Huidobro, principalmente. Así, el epígrafe de Mistral tiene la suerte de homenaje y declaración artística que nos predispone para enfrentarnos a muchos elementos que recuerdan al poemario Tala, y específicamente al conjunto de poemas reunidos bajo el título Materias.
Como el agua, los poemas de Tocar el agua se derraman por las páginas sin estar ordenados por títulos, y ocupando el espacio físico de una manera que nos recuerda mucho a Altazor y la herencia de Mallarmé. Esta poética se deja ver desde la primera página, donde tenemos un verso arriba y otro casi a pie de página, nada más. Esto ayuda a ecualizar forma y fondo, y además abre el espacio para la interpretación dejando a los poemas libres, sin las categorías que muchas veces imponen los títulos. Anuncia muchos vacíos que deben ser ocupados por el ejercicio de interpretación del lector, como «El espacio vacío que deja el sonido del mar». Los sustantivos encadenados también recuerdan a Huidobro, en particular su famoso molino en Altazor, cuya repetición y desarrollo iterativo en Tocar el agua se muestra, por ejemplo, con el desarrollo de «la palabra», o la inversión que hace de este juego en la página 19. Los sustantivos encadenados también son propios de Altazor (como el famoso «cristal nube»), y esto ayuda a enfrentarse a «lengua palabra», «corazón pelaje», «cenizas pájaro», y otros que usa Tamar. En la geminación de sustantivos no tradicionalmente vinculables, la identidad de la mente creadora se manifiesta en la selección consciente.
En Tocar el agua se aprecian muchas figuraciones poéticas relacionadas a las vanguardias (y reconocibles, por supuesto, en Mistral), y que hacen convivir lo habitual con lo inhabitual. Según el Manifiesto de Huidobro, esto es lo que logra «inquietar, maravillar, emocionar nuestras raíces». Así, en este poemario tenemos sinestesias, ausencia de conectores entre sustantivos, hipálages y hasta el más mínimo objeto cotidiano se ve dotado de un significado que va más allá de lo superficial, abriendo la puerta a emociones, recuerdos e imágenes sucesivas.
En este último punto es donde creemos que radica la originalidad de Tocar el agua, pues se aparta de los poetas mencionados al construir una especie de narrativa encriptada. Creemos ver, entre sus versos, una historia que involucra personajes simbólicos y que parecen vivir una relación igualmente encriptada, pero que podemos percibir se trata de amor y búsqueda. En la primera parte creemos ver a una pájara que sufre en una disputa interior, lamentándose por «el amor que no tuve», y por rellenar un vacío buscando «la voz» de alguien. Esta búsqueda también se aprecia en el juego del agua buscando el mar.
En la segunda parte, tenemos la introducción de un personaje masculino, el pájaro, quien encuentra en la pájara, tal vez, un «secreto al final del pasillo». Toda la disputa anunciada en la primera parte parece llegar a un fin cuando «la pájara recupera la palabra» al entrar en un contacto casi místico con el agua. El pájaro también parece encontrar reposo en este tranquilo y casi idílico clímax.
Tal vez la disputa antes mencionada tenga su punto de inflexión en la página 38, donde además creemos ver la sublimación de la forma y el fondo de este poemario, toda vez que se reúnen aquí todas las características antes descritas sobre la poética de Tocar el agua.
Por último, podemos señalar que los críticos tendrán material de juego en las encriptaciones o símbolos más recurrentes de este poemario, como lo son el arce, los pájaros, el número siete y, por supuesto, el agua. Nosotros solo podemos señalar que creemos intuir en el agua una conexión con los sentimientos y con algo que permea, empapa desde el exterior hacia la interioridad del hablante. Parece que al momento de conectarse con el agua se vive un equilibrio entre el adentro y el afuera. La palabra final, sin embargo, la tendrá el lector.
Escrito por Tomás Veizaga
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