Envidia: Poema de Teo Escudero
- revistaelcoloso
- 13 nov
- 2 Min. de lectura
Quién diría que los dinosaurios terminarían en un balde,
fritos y con la etiqueta de un viejo barbón
vendiendo su carne por $7.990 cada martes.
O quemándose en el estanque
de un Hyundai Accent añejo,
distribuidos por cada Copec.
Al menos sube de precio todos los jueves,
como consuelo para el pobre dinosaurio
que va derechito a la ignición.
La Piedra del Sol,
convertida en un cenicero plástico,
vendido en el duty free
junto a botellas miniaturas de tequila barato.
O Jesús,
Que terminó en el transfer plástico de una polera,
con su cara impresa al lado de Bob Marley y Frida Kahlo,
apilados en la misma manta
del persa “Los morros”.
Los geoglifos de Atacama impresos en flyers de inmobiliarias
los incas vendidos en tours “all inclusive” con buffet internacional, la bandera mapuche estampada en mochilas hechas en China,
los murales de Matta o Siqueiros impresos en libretas de Papelería Colón, las revoluciones son consigas de tazas de regalo,
los templos convertidos en parques temáticos con pulsera VIP,
el mar es de un puñado de familias con apellidos que me cuesta pronunciar. Ojalá alguno de mis poemas llegase a terminar escrito en algún sobre de azúcar del Starbucks,
y hasta la muerte es un plan de 500 lucas:
“¿lo quiere quemado o en un cajón?”
Y nosotros, tirados en el parque,
Sabiendo que no hay gloria eterna:
solo este absurdo barato,
con telones de poleras viejas
y flores plásticas en el pelo.
Aquí terminan las grandes cosas: no en los museos ni en vitrinas, sino en las risas que compartimos, en la farsa que no se rinde, en la insistencia de estar vivos cuando todo lo demás ya caducó.
Porque el ahora,
aunque pobre, torcido y breve, es la única grandeza verdadera, la envidia de todos los muertos.



