Sur le fil: Texto de Ezequiel Micelotta
- revistaelcoloso
- 18 abr
- 2 Min. de lectura
Mis ojos miran el teclado de la máquina en que escribo, mis manos tocan las teclas de un piano que no suena, mi pipita de algarrobo se llena de un hollín floreado, y, mi cabeza, amanece con constelaciones que buscan nadar entre peces transparentes, esos que iluminan las tinieblas de la profundidad del mar. Creo que debería meter más o menos comas, o, al final, aprender a escribir cómo la gente quiere leer, quizás me quede merodear en ese interludio en que me sumerjo cada noche que me siento en un escritorio que no me pertenece, con el rumor de grillos y la humedad que baja.
Me arrodillo en la tierra que se mece en un espacio tan oscuro como silencioso, me pierdo entre sombras que alivian caminos, olivos donde se tienden a dormir las primaveras Puglieses; flores blancas a un sol que comenta la brisa de cenizas que, calladas, renacen.
La memoria se entrecorta con unos gramos de sal: si me quieren encontrar ando sentado en el cordón de la garita del bondi, mirando autos que no quieren frenar. Veo un horizonte entre medio de alambrados y vaquitas bien ajenas; veo, también, a mi pueblo masacrado por gente que toma la droga que vende; en mi casa hay más libros robados que gente, también flores, dos perras, un perro, dos gatos, mi vieja, mi hermano y la palo.
Me retiro, y, de paso, les cuento lo que una artesana me contó una vez, mientras leíamos a Chinaski y la noche dejaba caer sus últimas gotas de un temporal abrasador, que las hojas que el otoño hace caer consigo son remedio para un mundo que anda emponzoñado, que el ansia, que hacía mover mis piernas sin pausa, se calmaba cuando las pieles se besaban, que el cigarrillo había que dejarlo cuando la noche te miraba dormir, que el hombre de bigote y lentes oscuros, que perdió su reloj ese día de niebla por la 9 de julio, se parecía a un milico que debía estar encerrado, que el arte era un refugio para el alma en tiempos tan macabros, que la pena alimentaba a los engaños y que las mazmorras de la vida, el tedio y el amor se atravesaban de la mano.

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