
Matías Saá Leal
@matiasnsaa
DERRUMBE
Cuando conocí tu departamento,
me encontré con el edificio
derrumbado.
La pared principal
se desplomó,
y tus cosas quedaron enterradas
bajo los escombros.
Con esfuerzo, pudiste
rescatar tu bicicleta
y un puñado de cosas
sin importancia se perdieron
para siempre.
Recuerdo que ese día
celebrabas tu cumpleaños
con tus amigos,
cuando me contaste,
como si nada,
que la pared se vino abajo.
Intentamos juntos levantarla,
pero fue en vano.
Había pérdidas irreparables,
una grieta en los cimientos internos
que ya no supimos remendar.
Tú prefieres mudarte
a un departamento nuevo,
con ascensor y balcón.
Yo, en cambio,
me quedé atrapado
en ese antiguo edificio de cuatro pisos,
rodeado de escombros,
acompañado de las fotografías
que te tomé desde el patio,
mientras tú mirabas por la ventana
hacia la cordillera,
como si siempre hubieras sabido
que mirarías más allá de mí.
ASÍ ERA PAUL
Así era Paul
Paul era así.
Antes de caer preso
por vender yerba
en un pueblo de la Quinta Región.
Solo quería que le cocinara fideos
con vienesas todas las noches
y sentarse a ver los partidos
de la Católica,
en el televisor de nuestra pieza,
sobre un neumático robado
que usaba de mueble.
Paul era así,
me dijo su papá.
«Me gusta que viva contigo»,
me dijo.
«Me gusta que esté en Santiago,
que haya encontrado un trabajo,
que se preocupe de su hija».
Paul era así,
me dijo Ignacio,
cuando llegué a la casa
y encontré una bicicleta del Itaú
sin el localizador,
con el fierro del GPS
arrancado de cuajo.
Paul era así.
Trabajaba en el Jumbo de Bilbao,
de reponedor.
Y llegaba todos los días
con fideos y vienesas
para que le cocinara.
Él salía con una chica,
una chica que trabajaba
en el casino del Jumbo,
y esa chica le regalaba
toda la merma a Paul.
Una vez
una vez un guardia se dio cuenta
y echaron a la chica.
La echaron por robarse la merma.
Paul, de camino al zoológico,
me prometió que a fin de mes
me iba a invitar a un restaurante.
Así era Paul.
Decía que trabajaba en el Jumbo
de Francisco Bilbado,
porque así se pronunciaba.
Porque los flaites no pronuncian
todas las consonantes, decía Paul.
Así era,
cuando llegó a vivir conmigo
y lo primero que hizo
fue vender marihuana.
Y llegó con la cara morada,
porque le hicieron la mexicana.
Así era él
cuando llevaba días sin bañarse.
Siempre decía que lo iba a hacer.
Siempre llegaba a la pieza
con el pelo húmedo y sin polera,
pero el baño
no tenía nunca el espejo empañado.
Paul era así.
Y uno lo quería por eso,
no a pesar de eso.
Porque incluso entre la yerba,
las vienesas,
la merma robada
y el neumático de mueble,
había una forma de ternura.
Torpe, sucia.
Como si bastara
con prometer ir a un restaurante
para decir:
estoy intentando quererte.
TRES POEMAS SOBRE EL TRABAJO
I
De vuelta del supermercado,
trasladando el carro de carga:
tres bidones de agua, veinte litros cada uno,
me acuerdo de las veces
que nos mandaban a San Diego
a buscar la impresora al taller.
Nos daban plata para el Uber;
mi compañero y yo
preferíamos caminar veinte cuadras
para luego sentarnos en la esquina de Serrano
y gastarnos el dinero en un completo con Coca-Cola.
II
Una ducha caliente,
unos minutos de televisión,
me quedo dormido en el sofá del living con la ventana abierta.
No hay nada peor, después de trabajar,
que soñar con el trabajo:
llegar tarde, de noche,
olvidar ir a la fábrica,
faltar un día sin avisar.
Por la mañana, Eme me encuentra en el sofá,
pregunta por qué no dormí con ella.
Digo que quería ver tele, que quería ver fútbol,
sin confesar que anhelaba un instante a solas,
un momento sin ella,
aunque fuera dormido.
III
Existe una hora especifica
En la que puedo ver la luz del sol
El cielo celeste
E identificar los tipos de nubes con mi libro sobre nubes que me regaló Eme cuando empezamos a salir.
Existe una hora específica
En la que veo a Pía y mis amigos.
Existe una hora específica
Para comer papas mayo,
Tumbarme sobre el pasto y escuchar aquella canción sobre el calor del verano.
Existe una hora específica
En que el cuerpo de Pía se me acerca
Entre el susurro y gritos de hombres cansados.
Existe una hora específica
Que espero durante horas
En que planeo
Y no hago nada.
Existe una hora específica
En la que Eme me escribe
Y yo le puedo responder.
Existe una hora específica
En donde las filas son tan agotadoras
Que prefiero dedicarla a ver los edificios
De cuatro pisos con el aire acondicionado debajo de sus ventanas, con los cables cortados
Escuchando la teoría de que algunos de ellos se los robaron.
Existe una hora específica
En donde nos juntamos los de polera roja con los de polera roja
Y los de polera azul con los de polera azul.
Ya es tarde.
El jefe entra por la puerta principal.
Y nos dice
Se acabó su hora de colación
Hay que volver al trabajo.


