William Burroughs: Queer
- revistaelcoloso

- 20 ago
- 2 Min. de lectura
(...) Una maldición. La lleva nuestra familia desde hace varias generaciones. Los Lee siempre han sido pervertidos. Nunca olvidaré el indecible horror que me congeló la linfa de las glándulas, de las glándulas linfáticas, se entiende, cuando la nefasta palabra me quemó el tambaleante cerebro: yo era homosexual. Pensé en los travestís pintarrajeados, con sonrisas bobaliconas, que había visto en un club nocturno de Baltimore. ¿Era posible que yo fuera una de esas cosas subhumanas? Caminé aturdido por las calles, como un hombre con una leve conmoción cerebral: un momento, doctor Kildare, éste no es su guión. Yo me podría haber destruido, poniendo fin a una existencia que sólo parecía ofrecer atroz sufrimiento y humillación. Más noble, pensé, sería morir como hombre que seguir viviendo como monstruo sexual. Fue una vieja y sabia marica, a quien llamábamos Bobo, quien me enseñó que tenía el deber de vivir y llevar orgullosamente mi yugo, a la vista de todo el mundo, para vencer los prejuicios y la ignorancia y el odio con el conocimiento y la sinceridad y el amor. Cada vez que una presencia hostil te amenaza, sueltas una espesa nube de amor como la nube de tinta que suelta el pulpo.
»La pobre Bobo acabó mal. Iba en el Hispano-Suiza de Duc de Ventre cuando sus colgantes hemorroides saltaron del coche y se enrollaron en la rueda trasera. Fue totalmente destripado: sólo quedó una cáscara vacía sentada allí en el tapizado de piel de jirafa. Hasta había perdido los ojos y el cerebro con un horrible ruido de succión. El Duc dice que llevará consigo ese espantoso ruido al mausoleo…
»Entonces supe lo que era la soledad. Pero las palabras de Bobo me llegaban desde la tumba, con un dulce chisporroteo sibilante. “Nadie está verdaderamente solo. Tú eres parte de todo lo vivo”. Lo difícil es convencer a alguien de que realmente forma parte de ti. ¿Y entonces? Las partes tendríamos que colaborar. ¿Me entiendes?







Comentarios