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Reseña: Vivir por vivir de Jesús Pérez Godoi

  • Foto del escritor: revistaelcoloso
    revistaelcoloso
  • 17 sept
  • 3 Min. de lectura

Sueño con pintar y luego pinto mis sueños
Vincent Van Gogh

Después de mucho tiempo de divagar e inquirir acerca del propósito del arte, y de cómo esta actúa sobre nosotros, como si de una estado de ánimo se tratara -mientras escribo esto pienso en las palabras de Robert Frost: "Ser poeta es una condición, no un oficio"-, he llegado a la hipótesis de que, lo más difícil para un artista, especialmente para un escritor o escritora, es encontrar una voz e identidad propia, lo que comúnmente llamamos "estilo" o "registro" literario, y me adelantaré, al compás de las teclas del computador, al decir que Jesús Pérez Godoi lo logra, y lo hace de manera natural, genuina, como si hubiera nacido para escribir. Pero, y retomando la ya mencionada frase de Frost, ¿realmente se nace con esta condición? Yo digo que no. Yo digo que los artistas se forman a través de las experiencias, la observación y el aprendizaje continuo. Y nunca terminamos de aprender. Es por eso, quizá, que seguimos haciéndolo, una y otra vez, a pesar del dolor, la soledad y el miedo al fracaso.


Vivir por vivir (Trayecto Editorial, 2025) es un libro que posee un estilo narrativo de tono minimalista, ligero y fluido, y que, sin embargo, también hace gala de potentes e incendiarias frases e imágenes que bien podrían lucir en las páginas de un libro de poesía confesional. Vivir por vivir es, a grandes rasgos, una pintura al desnudo. Esto último me recuerda al prólogo de “Trópico de cáncer” de Henry Miller: “Éste no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza... a lo que os parezca. Cantaré para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré mientras la palmáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver”. Jesús Pérez Godoi es el cantante lírico de su propia obra, y no teme, bajo ninguna circunstancia, escupir en la cara del Arte. ¿Quién, en los tiempos en los que vivimos, puede decir lo mismo? ¿Hay alguien, allí fuera, en algún rincón de Las Avenidas del Pánico, que esté dispuesto a renunciar a la belleza de la que hablan los ortodoxos, y trazar, a modo de pinceladas de óleo, una pintura lo suficientemente atrevida como para desatar el caos? Tengo más preguntas que respuestas al respecto. Pero, continuando con el análisis del libro en sí, es necesario recalcar que, a pesar de este uso del lenguaje, aparentemente sencillo, aparentemente fácil de leer, se oculta una grandiosa forma de unir las palabras. Un rompecabezas que se arma y desarma a medida que las páginas avanzan. Jesús se toma la libertad de ensuciar su propia obra con palabras que la gente suele tildar de “grotescas” como “caca”, “orina”, “mierda” o algunos garabatos de nuestro amplio e infinitamente curioso vocabulario chileno.


Vivir por vivir es una declaración de intenciones, no porque busque incomodar, ni hacerte sentir mal, sino, y como cualquier obra de gran calidad, hace que te preguntes ciertas cosas; pero por, sobre todo, hace que te sientas identificado con lo que en estos cuentos se narra. Los personajes que habitan estos relatos son profundamente humanos, sienten dolor, angustia, saben lo que es la felicidad y la esperanza, y conocen, también, y esto fue lo que más me llegó como lector, el mundo de los sueños y la imaginación. Me quiero remitir a una frase del primer cuento, el cual, para sintetizar y no caer en spoilers, trata sobre la obsesión de un artista, una obsesión que lo lleva tanto a la soledad absoluta como a la desesperación que enloquece. Y la frase es: “Por eso me gustan las pinturas. Puedes imaginar lo que falta”. Esta frase, queridos lectores, simplifica a cabalidad la razón por la que hacemos arte: para juntar las piezas que faltan. Y Jesús, con su ópera prima, lo demuestra: demuestra que no sólo es un escritor, sino un arquitecto de las palabras. Una lectura necesaria.


Por Javier Ignacio Lux


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