Refracciones
- revistaelcoloso
- 11 jul 2023
- 2 Min. de lectura
Del otro lado de los libros, luego de atravesar la superficie negra y blanca de las palabras impresas, más allá de un jardín y una verja de hierro, el mundo parece irreal, o, mejor, el mundo es esa misma irrealidad
—Ricardo Piglia.
Entre 1660 y 1669, en Londres, Samuel Pepys escribió el diario de vida que le otorgó fama inmortal como uno de los mejores cronistas de la historia, y principal fuente primaria del período de la Restauración inglesa. No importa que haya presenciado la decapitación de un rey, no importa que haya estado a bordo de la flota que trajo al nuevo monarca desde los Países Bajos, ni que se haya codeado con Newton, ni visto el Gran Incendio de Londres, ni huido de la peste negra. Estos son acontecimientos fungibles, tan importantes como las innumerables veces que cometió adulterio (según él). Lo que “sabemos” de Samuel Pepys es la realidad que construyó en su diario, es el hecho mismo de que escribiera un diario. Y es que muchas veces la realidad muere con los cuerpos, y solo la literatura perdura. Conocemos a los personajes, no a los autores. Para los griegos, probablemente, la Ilíada hablara de un pasado real y no legendario o mítico. Y de la misma manera, nuestros libros de historia y todas las lecturas de nuestras vidas nos construyen un imaginario que es distinto para cada lector. Cada lector interpreta la historia y su pasado a su manera, y por ende hay tantos lectores como realidades.
Si entendemos como literatura y como ficción el diario escrito por Samuel Pepys, entonces todos los textos históricos de primera fuente son literatura. ¿Es humano alguien capaz de escribir “la realidad” y no “su realidad”? Todo lo escrito, entonces, y no solo lo narrativo -como un diario de vida- son ramas de la literatura, son ficción, una realidad alterada por la subjetividad del autor y luego nuevamente alterada por la percepción del lector. El Samuel Pepys imaginario, el personaje, remplazó al real. En Chile, los antropólogos creen que saben lo que saben de los ritos mapuches y su oralidad en el siglo XIX porque leen el diario del Lonco Pascual Coña. No hay nadie vivo que pueda contar las cosas que él cuenta, ¿pero esto las hace más reales? Nunca sabremos quién fue realmente Pascual Coña, ni si hizo las cosas que dijo que hizo. Su personaje es más importante para nosotros, los vivos, que su individualidad concreta, “real” (si existe tal cosa). Esto porque la realidad es fugaz, huidiza e inefable, mientras que la literatura está “escrita en piedra”: queda ahí para las generaciones futuras, se puede captar y reinterpretar, desempolvar.
Entonces, Pepys le dio vida a otro Pepys, tal como Borges creó a su personaje Borges, Cervantes al Cervantes del Quijote y Pascual Coña a su pueblo entero. Acaso toda la Inglaterra de la Restauración fuese también un invento de Pepys. Y nosotros, al leerlos e interpretarlos a nuestra manera, creamos además un tercer personaje, que nace de la propia percepción. También puede ser que todas las vidas y personajes se repliquen así, refractadas por infinitos lectores.
Por Tomás Veizaga

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