En el camino (1957): éxtasis, carreteras y jazz
- revistaelcoloso
- 15 feb 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 8 abr 2024
Mi nombre comienza con J, mi apellido es bastante mediocre, y, para no entrar en detalles de mi monótona e ínfima vida (delirios de escritor, traumas, obsesiones, y, sobre todo, angustias), me voy a remitir a los hechos: «En El Camino» cambió mi vida. ¿Elegí la palabra correcta? ¿Estoy diciendo lo que realmente siento? Nunca sé cómo expresar lo que está en mi cabeza. Quizás quise decir: "Expandió o elevó mi existencia" o "Me hizo llorar como a un recién resucitado". Aunque, a decir verdad, eso es lo de menos: las artimañas literarias no sirven de nada. Es el recorrido lo que realmente importa.
La primera edición de En El Camino se publicó en 1957 (bajo el sello editorial de Viking Press), y llevó a Jack Kerouac (1922-1969) a la cima -o subterráneo- de la literatura norteamericana, y más precisamente de la denominada "Generación Beat" (lugar que compartió junto a William S. Burroughs, Allen Ginsberg y otros escritores de la época). La sinopsis de este libro se podría resumir en tres palabras: éxtasis, carreteras y jazz, mucho jazz. Aquí seguimos las aventuras de Sal Paradise (un alter ego del mismo Kerouac) y sus amigos, los cuales, y como si de un relato griego se tratara, emprenden varios viajes entre Estados Unidos (San Francisco, Denver y New York) y Ciudad de México. Aquí nos encontramos con un personaje que destaca por encima del resto: Dean Moriarty (pseudónimo de Neal Cassady: «un demente, un ángel, un pordiosero»), quien, de alguna u otra forma, es el conductor de la historia; pues, después de todo, es quien lleva a los demás hacia el caos, el baile y el viaje. Pero el viaje no es solo físico (de una ciudad a otra) sino que, también, es psicológico. Los personajes avanzan, fluctúan, vibran, cambian de piel, se expanden como un sol a punto de estallar, arden, arden, arden.
¿Estoy, finalmente, diciendo lo que siento? Esta novela es, también, un fiel retrato de la cultura Norteamérica de primera mitad del siglo XX: alcohol, drogas, sexo, pobreza, locura, música y literatura. Estamos frente a un narrador en primera persona, y es que así debe -o merece- ser contada esta historia: desde el lado de los que la vivieron en carne propia. La prosa de Kerouac es fluida, caótica y, al mismo tiempo, lucida, completamente lucida: sabe muy bien lo que quiere decir. «Pero era únicamente yo mismo, Sal Paradise, triste, callejeando en aquella oscuridad violeta una noche insoportablemente agradable y deseando charlar con los felices, cordiales y en éxtasis negros de América. Aquellos miserables barrios me recordaron a Dean y Marylou que desde su infancia conocían estas calles tan bien. ¡Cuánto deseé encontrarme con ellos!».
¿Qué puedo agregar después de copiar, pegar y releer este fragmento? No me quedan palabras. Pienso en el personaje de Dean Moriarty, e inmediatamente me pongo a recordar a esos amigos que conocí en mi adolescencia, a esos locos, a esos sujetos llenos de sueños, anécdotas y vida, y me preguntó: ¿Qué fue de ellos? ¿Qué aprendí en ese viaje que me llevó hasta aquí? Esa es la esencia de este libro: una travesía en la que no hay ni principio ni final. Solo queda disfrutar del recorrido. Como dijo Jaime de las Heras (Book Review): «Un libro que da sentido a buena parte del movimiento beat estadounidense de los años 60. A la vez una novela de aprendizaje y una novela de viajes. El crecimiento personal y autobiográfico de un autor en su apogeo». Sí, probablemente él lo dijo mejor que yo; pero, y como suele suceder en todas mis lecturas, sé que este libro es mío, y es que lo siento propio, como si hubiera sido escrito para mí, ¿acaso ese no es el fin de la literatura? No lo sé, y tampoco me importa saberlo, me basta con abrir el libro, leerlo y volver a soñar con esas historias que ahora viven en mí.
Por Javier Ignacio Lux
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