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Alejandra Pizarnik: breve diario de una vida


 

Alejandra Pizarnik fue una poeta, ensayista y traductora argentina. Es considerada una de las autoras latinoamericanas más destacadas, trascendentales e influyentes del siglo pasado, y que, hasta el día de hoy, sigue siendo redescubierta por un sinnúmero de lectores. Nació en el seno de una familia de inmigrantes ucraniano-judíos (lo que ahora se conoce como Rusia), quienes, al llegar al país andino, cambiaron su apellido de Pozharnik a Pizarnik. Tuvo una infancia marcada por el rechazo e inseguridad hacia sí misma: la tendencia al sobrepeso, el acné, las crisis respiratorias, y la tartamudez, que la acompañaría gran parte de su vida, forjaron una imagen de niña frágil, endeble y tímida; imagen que, ciertamente, pasaría a ser eje fundamental de su obra. Fue durante la adolescencia que descubrió su gusto por la literatura, la pintura y el arte en general. Leyó a Proust, Joyce, Artaud, Rimbaud (con el que muchas veces se le compara), Baudelaire, Rilke y los surrealistas.


En 1960, a los 24 años, se mudó a París, Francia –capital literaria e intelectual, y refugio mental de artistas de todos los rincones del mundo. Allí trabajó en diversas editoriales, revistas y periódicos, en donde, además, se permitió traducir a autores como Antonin Artaud y Marguerite Duras. A lo largo de su estancia en París forjó maravillosas e intensas amistades con destacados escritores de la época: Rosa Chacel, Octavio Paz y, en especial, Julio Cortázar –con quien mantendría largas conversaciones en forma de correspondencia. En 1962 publicó su poemario Árbol de Diana. Este período de su vida no sólo se destacó en cuanto a lo profesional, sino que, también, fue una época de autodescubrimiento: Pizarnik habla de la soledad, el despertar sexual, el miedo, la frustración y la familia; algo que se hace notar tanto en su obra poética como en las cartas que sostuvo con León Ostrov, su antiguo psiquiatra, y, quizás, la persona que más la llegó a conocer.


En 1964 regresó a Buenos Aires, Argentina, en donde publicó sus obras más destacadas: Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Estos libros nos muestran a una autora mucho más personal, anárquica e íntima, que no teme jugar con el uso del lenguaje, y que deja al descubierto la influencia que recibió por parte de los poetas surrealistas. Entre su catálogo también destacan otros títulos como La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Nombres y figuras (1969) y La condesa sangrienta (1971). El 25 de septiembre de 1972, Pizarnik, que había pasado los últimos meses en un hospital psiquiátrico, sufrió una sobredosis de seconal sódico que acabó con su vida: las pastillas, al igual que su pulso, cayeron lentamente de la cama al piso. En el pizarrón de su recámara se encontraron los últimos versos que escribió:


no quiero ir

nada más

que hasta el fondo.




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